"La estadística es la ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno"

lunes, 18 de enero de 2010

"Problematizando" el término diversidad.


"El PP propone reducir un año la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) y ampliar el bachillerato, de los actuales dos a tres años. El 4º de ESO actual se convertiría así en 1º de bachillerato. La educación seguiría siendo obligatoria hasta los 16 años, como ahora. Pero a los 15 los adolescentes tendrían dos vías: pasar al bachillerato, en el que seguirían camino de la Universidad, o buscar otra salida en la Formación Profesional.
"El objetivo, según señalan las mismas fuentes, es doble. Por un lado, los niños que entren a los 15 años en bachillerato no tendrán en clase a los peores alumnos, que tiran para atrás, según la doctrina del PP, al resto de la clase." En el País.

El término de atención a la diversidad en educación es, en sí, un término ambiguo. Como bien se dice “todos somos iguales, pero diferentes”.
Tal vez lo que supone un matiz peligroso al término diferente sea aquel otro acuñado de las matemáticas: el término de normal. Normal es todo aquello que se encuentra en la parte central de la campana de Gauss, de la curva normal. Es decir, todo aquello que es más probable que ocurra. Pero la psicología patologizó a lo largo de muchos años todo aquello que tenía, “en su esencia” más o menos de algo, aquello que se situaba, con respecto al resto de la población, más cercano a uno de los dos “extremos” de la curva normal. Y aunque la mayoría de la gente no se planteé de dónde viene, todos, más o menos, usamos las expresiones de “normal” o “no normal”. Y mientras para fenómenos meteorológicos, físicos, etcétera, no tiene porque suponer un problema o un estigma, cuando se emplea con personas, individuos, todos iguales pero diferentes, se entra en una dinámica de patologización o, como mínimo, de infravaloración.
Y en este punto en el que la asignación de lo normal y lo diferente es tal vez ya inherente a nuestra propia sociedad (es un suponer) , entra en debate qué papel ha jugado o juega la escuela en ello.
Es interesante, por ejemplo, el proceso de gestación de la noción contemporánea de inteligencia,
que es la que domina en la actualidad. La noción de inteligencia tiene dos dimensiones fundamentales: la biológica, basada en la idea darwiniana; y la matemática, en la que la vida misma es un examen, una situación que pone a prueba al individuo con el fin de cotejar su éxito o fracaso con alguna norma.
Así, la noción de inteligencia que se maneja en los test es aquella que surge de una sociedad industrial que busca criterios para poder clasificar y distribuir sus recursos humanos.
Y es aquí donde nos topamos con la escuela, la primera institución interesada en el tema de la
inteligencia, ya que ella había creado ya el sistema de evaluación mediante exámenes.
La ya nombrada sociedad industrial provoca, por un lado, mano de obra infantil sobrante, y por
otro, la incorporación al mercado laboral de un número de sectores que exigía una especialización
que la educación tradicional no ofrecía. Así, la educación se hace universal y obligatoria hasta
edades más avanzadas. Las clases dividen su tiempo en especializaciones, se hacen comunes los
libros de texto y los exámenes por escrito.
Por otro lado, la ciencia es, en este siglo XIX, el nuevo “dios”, por lo que la aparición de la primera
escala de inteligencia parece necesaria por su pragmatismo. En primer lugar aparecen como una
variante de los exámenes, aunque estos seguían siendo independientes al desarrollo de las pruebas de inteligencia. Sin embargo, la primera escala de Binet-Simon consta de ítems derivados de tareas escolares corrientes. Pero esta escala no tenía el valor psicológico que tiene en la actualidad: está diseñada para detectar problemas de rendimiento con el fin de no ocasionar problemas a otros compañeros obstaculizando su aprendizaje.
Es la experiencia de administración masiva de pruebas de inteligencia en la II Guerra Mundial lo
que da el impulso a la inteligencia como categoría, no sólo psicológica y psicométrica, sino también
biológica: el sistema nervioso se convierte en la causa material de cualquier conocimiento o acción.
A esto ayuda la revolución producida por la teoría de la evolución de Darwin, donde la inteligencia
se sitúa, además, como un instrumento de adaptación. De esta forma, si la adaptación es una cuestión de grados, la inteligencia también: a mayor inteligencia, mayor capacidad de adaptación.
En este punto Galton, Pearson y Spearman hacen de la inteligencia el concepto central de los sistemas psicológicos. Y más tarde, la inteligencia quedó traducida a un número con el beneplácito de los británicos y los norteamericanos. Así, pasadas al formato de papel y lápiz, con baremos según edades, las escalas de inteligencia se incorporan al núcleo político del mundo liberal (las escuelas, las empresas...).
En definitiva, una de las principales variables, la inteligencia, de diferenciación individual de la que se hace uso en las categorizaciones escolares es, en sí, un constructo creado, en parte, desde la escuela. La escuela decide lo que es normal o anormal en los alumnos, coteja a los estudiantes con el prototipo de estudiante medio y clasifica. Y una vez que el resultado es “diferente” se iguala a todos los demás diferentes, porque la psicología nos iguala incluso cuando nos diferencia.

2 comentarios:

Elisa McCausland dijo...

qué vértigo, sobre todo, por la conclusión... y me aborda una duda ¿te gusta ser psicóloga? :)

JotaGeEle dijo...

Si, me gusta, y mucho. Otro tema es qué clase de psicología es la que me gusta y cuál es la que creo que es uno de los cánceres de las sociedades.
No, no me gusta esa psicolgía que clasifica, destripa y seleciona. Crea y luego ensalza como verdades. Obvia lo no tan obvio y calla bocas con números. eso no me gusta, no.
Y lo que menos me gusta es que la psicología justifique este sistema capitalista en el que vivimos.

Pero la psicología me gusta.