"La estadística es la ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno"

miércoles, 3 de marzo de 2010

9.43 de la mañana: miedo.


Viernes por la mañana. Estoy en la cama con fiebre, alta pero no tanto como para decir frases incoherentes y que ni Freud podría exprimir para teorizar sobre mis traumas infantiles. Hace más de dos horas que mi chico se ha ido al trabajo. Llaman al timbre. Entreabro los ojos: son las 9.31. Me giro para apoyarme en el otro costado y vuelvo a cerrar los ojos. Vuelve a sonar en timbre. Me dan ganas de decir "no estoy" como cuando los niños pequeños se tapan los ojos y dejan de existir, pero a pesar de mi estado febril soy consciente de que los "adultos" (casi todos) tenemos eso que Piaget llamaba permanencia del objeto. Así que decido que, detrás de la puerta, si no quiero estar, no estoy. Cierro los ojos y creo volver a dormirme. Me despierto con un ruido de llaves. Miro el reloj: las 9.43. Creía haberme dormido más tiempo. Pero espera un momento: mi chico no vuelve hasta pasadas las dos del mediodía. El ruido de llaves suena más intenso y... como entrando en la cerradura de MI CASA. No suena como las llaves de mi chico. Es otra persona. (Inciso: recuerdo que, de pequeña, cuando me despertaba por la noche asustada por cualquier cosa- era muy miedica- y quería llamar a mi madre, no me salía la voz y me quedada con un grito seco y sordo en la graganta). Me pasan mil pensamientos por la cabeza, excepto el de moverme de la cama. ¿Quién tiene llaves de casa? Mi chico, mi madre, los padres de mi chico y yo. Todos están en el trabajo menos yo, que estoy ahí planteándome metafísicas sobre la ubicación de las llaves que pueden abrir la puerta de mi casa, cuando lo cierto es que alguien está abriendo la puerta de mi casa torpemente, pues parece que no da con la llave. Soy medio gilipollas, o es la fiebre, o las dos cosas que interaccionan, pero lo cierto es que no me puedo ni mover de la cama. He tenido mil millones de pesadillas en las que veo como la cerradura de la casa de mis padres se abría y yo no podía evitar que EL MAL entrara en casa, pero ahora estoy segura de que no es un sueño y me quiero dormir de nuevo y no enterarme de nada. Oigo como se abre la puerta. Silencio. "No te muevas", pienso, "Tú no estás aquí, eres como los niños que se tapan los ojos, ya no estás aquí". Ese alguien (yo estoy segura de que es un hombre, el mal es masculino) entra y se va tan pancho a la cocina. No sé que hace dentro y se va. Se cierra la puerta y el cerrojo suena en dirección contraria a la vez anterior. Está cerrando la puerta. Estoy en casa sola de nuevo pero rodeada de paranoias. Me levanto de la cama temblando, no sé si porque voy descalza y tengo fiebre o porque me voy a poner a llorar de un momento a otro. Voy a la cocina y sólo veo que la puerta de debajo del fregadero está abierta. Miro dentro. Todo está igual. Echo la cadena de la puerta de casa y me siento en el sillón a intentar pensar. ¿Quién cojones era? ¿Quién cojones ha entrado en casa? ¿Quién? ¡¡¡¡Quién!!!! Veo que la nota que dejé anoche con los números del contador del agua siguen encima de la mesa. Mi chico se olvidó de apuntarlo. ¡Mierda! Hoy es viernes y era el último día. Nos llegará otra vez la factura con el consumo estimando, que simpre es como cuatro veces lo que consumimos. ¡Espera! el contador del agua está debajo del fregadero. ¿Quiénes teníamos llaves para entrar en casa? Mi chico, mi madre, los padres de mi chico, yo....¡y el portero!
Respiro "más tranquila" sabiendo quién ha entrado. Pero aún no entiendo porqué ha entrado...

Han pasado cuatro días y todavía no le he preguntado si ha sido él. Me da miedo que me diga que no.

1 comentario:

Elisa McCausland dijo...

"yo estoy segura de que es un hombre, el mal es masculino"

qué bestial, aunque impreciso :P