Odio que a las cuatro de la tarde, demasiado a menudo, llamen a la puerta con la intención de que expiemos nuestras culpas pagando una cuota en alguna que otra ONG.
Odio que en cada salida de metro, en cada calle concurrida, en cada plaza haya un/a moderno/a disfrazado de agente de una ONG pidiendo dinero mientras finge ligar con su presa.
Odio el cartel de estoloarreglamosentretodos y odio la puñetera “Hora del Planeta”.
Odio que finjamos preocuparnos consumiendo solidaridad.
Odio.
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